Alguien me escribió desde el más remoto pasado, desde mi infancia: Te escribo para contarte que soy fraybentina como vos.
Eso disparó mi memoria, empecé a evocar el olor de la casa de Doña Ángela, era una viejita que vivía sola en un ranchito casi de cuento mágico, delgada y bajita, toda vestida de negro, con un pañuelo en la cabeza.
Su casa estaba enfrente al almacén de mis abuelos, a un nivel más alto. Ella se paraba en la puerta de la casa y esperaba que alguien de la casa de la abuela saliera para gritarle lo que necesitaba del almacén, entonces me mandaban a mi a llevarle el pedido. Era un momento realmente mágico, Doña Ángela abria la puerta y me hacía pasar. Era una casa muy modesta pero no pobre.
Desde la calle se entraba a una habitación que tenía mesas largas en forma de u bordeando toda la pieza, como si fueran para exibir algo, y precisamente eso hacía, exibir miles de objetos extraordinarios.
Tenía todo tipo de muñecas antiguas vestidas de distinta manera, muñecas recortadas en cartón o papel, casas armadas en papel, artesanías de lo más diversas.
Siempre cumplía con el mismo ritual, me llevaba por las mesas mostrándome todos sus tesoros, contándome cosas que ya ni recuerdo, me mostraba sus plantas, tenía un terreno muy amplio que ocupaba una esquina, luego la vaca que criaba en un establo y a la que ordeñaba un sobrino político casado con su sobrina Ángelita. El olor tan particular de esa casa me ha perseguido toda la vida, por alguna extraña razón no lo puedo olvidar.
Y las mariposas....Que fenómeno tan extraño!!!!!
Yo iba dos veces al año a la casa de mis abuelos maternos, las vacaciones de fin de año y las de julio. En alguna de esas dos vacaciones (sospecho que en la de fin de año), pasaban miles y miles de mariposas, todo un día pasando mariposas como un rio, todas en la misma dirección.
Y el patio de la casa con su galería, jardín con flores y hierbas aromáticas, el limonero donde la abuela colgaba los patos que degollaba para que se desangraran, el tejido que separaba la casa de la de la vecina y que tenía un pozo lindero que compartían las dos familias, ya en desuso, culpable del tifus que atacó toda la familia menos mi mamá, cuando estaban recién llegados a la casa, y que hizo que mi tia mayor que era rubia y lacia se transformara en morocha crespa.
Y el galpón que siempre albergaba alguna vaca y gallinas cluecas o llenas de pollitos.
Y el dios verde que una vez vi pasar por la vereda de enfrente que estaba a un nivel más alto que la casa de la abuela, y que creí que era Cristo por que iba vestido con túnica larga blanca, y tenía pelo largo. Iba a visitar una familia que tenía un hijo mongólico.
Y Don Centurión que pasaba con los burros de corralón, de mañana temprano. Yo desayunaba el café con leche y la telera calentita con manteca que mi abuela preparaba ( dios mio, cómo he podido vivir sin eso!!!!), y entonces oía las campanitas del burro guia y salía corriendo a la vereda a ver pasar la manada de burros con Don Centurión adelante!!!
Y el hula hu con el que jugabamos los gurises del barrio, y el aroma de los paraisos...
Y los locos del paraiso, que eran una murga que salía todos los años en el carnaval, siempre vestidos igual, con unas ramas de paraíso en la cabeza.
Y las guerrillas de agua con los vecinos en la calle a la hora de la siesta.
Y la regadera municipal, que pasaba de mañana temprano y de noche regando las calles para que no se levantara polvo.
Y los abuelos sentados en la vereda en la tardecita, tomando mate y saludando a todos los vecinos que pasaban...
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